La insulina es una hormona anabólica básica segregada por el páncreas. Resulta fundamental para que el cuerpo mantenga los niveles de azúcar idóneos y potencie la acumulación de glucógeno.
La insulina trabaja en compañia del glucagón, que contrarresta sus efectos. El glucagón es una hormona que eleva el nivel de glucosa (un tipo de azúcar) en la sangre. Al disminuir los niveles de azúcar, acelera el movimiento de nutrientes a través del torrente sanguíneo y los conduce al interior de las células musculares.
La producción escasa de insulina conduce a la diabetes.
Cuando el aporte de insulina se eleva crónicamente, como sucede con las dietas muy abundantes en carbohidratos, puede hacer que acumulemos demasiada grasa en zonas no muy deseadas, como por ejemplo en piernas o cintura.
Sin embargo, las emisiones breves e intensas de insulina, como las causadas al consumir carbohidratos simples (azúcar, miel, mermelada o frutas) en los momentos correspondientes a la "ventana anabólica o del crecimiento", favorecen el aporte de nutrientes fundamentales para las células musculares como la creatina, la glutamina y la taurina.
Artículo editado por Cristian Gonzalez Moyano
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